Dorinda crio a su nieta Erika hasta los 13 años: «Voy a tatuarme "nena" en la espalda. Quiero morirme con su nombre en mi piel»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

YES

Érika abrazada a su abuela Dorinda, en el parque de San Lázaro de Ourense
Érika abrazada a su abuela Dorinda, en el parque de San Lázaro de Ourense MIGUEL VILLAR

La ourensana Dorinda Troitiña es la abuela de Erika Conde, aunque la crio hasta los 13 años y eso hace que su relación sea de lo más estrecha y cómplice

05 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Erika Conde (Ourense, 1993) celebra el Día de la Madre por partida doble. Una vez por su progenitora, Marisa Vázquez, y otra por su abuela materna, Dorinda Troitiña (Amoeiro, 1947). Está a punto de cumplir 31 años y hasta los 13 la crio su abuela Dorinda, de ahí la estrecha relación que las une. «Es, sin duda, mi persona favorita y uno de los pilares fundamentales de mi vida», afirma Erika. De hecho la primera palabra que pronunció esta ourensana fue yoya para decir Dora, el diminutivo con el que llaman en el pueblo a su abuela. «De tanto oírlo fue lo primero que dijo y se pasó toda su infancia llamándome así», recuerda la de Amoeiro. Actualmente, su nieta la llama simplemente abu y para Dorinda Erika es la nena.

MUCHA COMUNICACIÓN

Tienen un lazo como el de madre e hija. «Hablamos todas las semanas y los domingos siempre subo a comer con ella al pueblo, en A Torre de Rouzós (Amoeiro)», dice la joven. En esa casa precisamente vivió Erika de niña, mientras su madre iba y venía de Ourense a la aldea por cuestiones laborales. «Mis padres se separaron y trabajaban mucho, así que yo vivía a caballo entre las casas de mis abuelos», dice. Y así se forjó esa relación con Dorinda. «Fue una niña buenísima y siempre tuvimos mucha complicidad. Cuando se ponía a llorar de bebé, solo se calmaba si la cogía yo», recuerda orgullosa la abuela de esta historia.

Dorinda trabajó de limpiadora en un supermercado, en un banco y también en la tienda de Adolfo Domínguez de Ourense, y Erika la acompañó en todos ellos en algún momento que otro. «Si me encontraba mal en el cole o me pasaba cualquier cosa, llamaban a mi abuela, así que iba a donde estuviese», recuerda. La de Amoeiro dice que su nieta era también una pequeña muy despierta y curiosa. «Estaba siempre atenta y quería ayudarme con todo. Le encantaba preparar la comida conmigo», añade. Precisamente la maña en la cocina es una de las virtudes que Erika ha heredado de su abuela. «Recuerdo que de niña me compraron un mandil chiquitito en Portugal y le metieron azucarillos en los bolsillos para que me lo dejase puesto mientras ayudaba a la abuela a pelar guisantes o a limpiar lechugas», cuenta. «Ahora cada vez que viene al pueblo me trae algo, sobre todo tartas, pero se atreve con todo y se le da muy bien», comenta su abuela.

Dorinda también enseñó a Erika a calcetar y le inculcó el amor por la lectura, que fue fundamental para que escogiese su futuro. «Estoy superorgullosa. De pequeña me veía leer y se quedaba pasmada, así que empecé muy pronto a regalarle libros y otra vecina del pueblo, a la que también le encantaba la literatura, la llenaba de ellos», dice.

Significó tanto para Erika que hasta tiene guardada una de aquellas primeras obras que leyó: Cuando Hitler robó el conejo rosa. De hecho, la ourensana estudió Periodismo y trabaja en un gabinete de comunicación. «Ella me ha enseñado algunas de las cosas más importantes que he aprendido en mi vida. Es alguien a quien me gustaría parecerme y, en parte, siento que hay muchos rasgos que heredé de ella. Es el pilar de la familia, siempre tira por nosotros», afirma Erika, que también ha influido de alguna manera en la personalidad de su abuela. «Siempre he sido muy animada, pero es cierto que gracias a la nena me atrevo a hacer cosas nuevas», confiesa Dorinda, que adelanta que entre sus propósitos para este año está hacerse el que será su primer tatuaje.

«Llevo años con la idea y este 2024 la quiero cumplir. Voy a ponerme ‘nena' en la espalda. Quiero morirme con su nombre en mi piel», dice. No es la primera locura que haría por amor su nieta. Hace una década, Dorinda se cruzó el océano porque Erika se lo pidió. «A mí no me subía nadie a un avión ni atada, pero la nena quería que fuésemos a Punta Cana toda la familia. Me rogó con una carita que me convenció, y allí nos fuimos», recuerda la abuela. «Quería que saliese del pueblo y de España, que viese mundo, y además que lo hiciese conmigo», añade Erika. «¿Qué no haces por una nieta, no? Al final, lo pasamos pipa», admite Dorinda.

Estas dos mujeres son de palabra y, de hecho, incluso sus regalos de Navidad son promesas que (espóiler) cumplen siempre. «Erika fumaba mucho cuando estaba estudiando la carrera, así que se me ocurrió pedirle para Reyes que lo dejase y no la vi con un cigarrillo más», cuenta Dorinda. Su nieta contraatacó el año pasado. «La abuela criaba cerdos en el pueblo, y a mi tía y a mí nos daban muchísima pena, así que le pedí que dejase de hacerlo para Navidad», cuenta Erika. «Y los vendí», concluye la susodicha.

Abuela y nieta se miran con devoción y complicidad. «Veo en ella muchísima bondad y también ese impulso que hace falta para comerse el mundo», asegura Dorinda. Admite que Erika es de mecha corta, como su abuela. «Eso también lo cogió de mí y no es bueno, aunque lo cierto es que tardamos igual de poco en enfadarnos que en pedir perdón», cuenta.

No es la primera vez que las confunden con madre e hija. «Nos lo tienen dicho muchas veces, sobre todo, cuando Erika era pequeña», dice Dorinda. Y es que esta ourensana de 71 años está de maravilla. Además de ser coqueta y pizpireta, con su pelo teñido de colores y sus vestidos fluidos de corte hippy, es una mujer con carácter y actitud frente a la vida, que trata de mantenerse activa y de disfrutar todo lo que puede.

«Estoy en un grupo de cantos de taberna con el que vamos los fines de semana de pueblo en pueblo, y ahora me acabo de apuntar a teatro también», cuenta. Comparte con su nieta el amor por el entroido. «No nos perdemos uno. Nos gusta disfrazarnos y darlo todo», explica.

COMO MADRE E HIJA

La relación de estas dos ourensanas es muy estrecha y, lejos de aminorarse, se ha ido incrementando con el tiempo. «Somos muy amigas», dice Erika. «Nos lo contamos todo. Siempre soy la primera en enterarme de sus cosas y eso me hace mucha ilusión», añade su abuela. Creen que el secreto está en respetarse y en quererse tal y como son. «No nos llamamos todos los días. Para mí es importante que ella viva su vida y vuelva a casa siempre que quiera», asume Dorinda. «Aunque mi abuela es muy mamá gallina y le gusta tenernos a todos cerca, así que hablamos muchísimo», confiesa Erika. Las dos son intensas, pero apenas se enfadan y se lo perdonan todo. Eso sí, Dorinda tiene una petición muy clara, que espera que su nieta pueda cumplir. «Quiero un bisnieto», asegura. «Y yo quiero ser madre, así que seguro que también llegará», termina.