Hombre Rico, hombre pobre

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Francisco Rico.
Francisco Rico. RAE

05 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo más trascendente que ha sucedido en España esta semana no fue la turbación breve o calculada de Sánchez. Cuando la espuma de los días pase, nos daremos cuenta de que el fallecimiento de un sabio como Francisco Rico ha sido el roto que nos ha dejado el final de abril. Es un desastre mayor para la ciencia de las humanidades. Se nos fue a sus 81 años en su refugio de Sant Cugat del Vallés el hombre que más sabía de Cervantes y el Quijote. No es una nota de unas líneas, es una biblioteca inmensa ardiendo.

Rodeados de estólidos como estamos, la ausencia de Rico no habrá quien la repare. Sabía usar la pluma como florete. Le encantaban las polémicas. No rehuía el duelo de las ideas, solo pedía que el rival estuviese a su altura. Le encantaba bromear sobre su figura de dandi, como si toda la sabiduría que portaba fuese lo de menos. Su amigo Javier Marías lo utilizó como personajes en varias novelas. Rico le exigió que, si volvía a hacer uso de él, fuese con su nombre y apellidos, nada de falsos nombres. Marías acató la orden. No cabía otra con el filólogo que tenía en su mente el Lazarillo de Tormes mejor apostillado de la historia. Son tantos sus méritos que, si los relatamos, caeríamos en fatiga.

Rico era también una autoridad en Italia, donde hay un antes y un después con su Petrarca. La universidad más antigua, Bolonia, lo hizo doctor honoris causa y se quedaron cortos. Amaba esa ciudad como amaba los placeres. Era nuestro Umberto Eco, aunque no dejase una novela superventas. Pero sus libros son florilegios que se paladean como manjares. No están escritos. Están compuestos. Me explico. Fue Rico el que nos aclaró que Cervantes no escribió el Quijote. Como Cervantes adelantó en su prólogo, lo compuso. El Quijote es una composición para ser contada en voz alta o queda, según gusto. Así se delata por sus muchos giros coloquiales, que tardaron en comprenderse, hasta que Rico los zanjó. Los mejores textos pueden ser recitados sin problema. Se convierten en orales como clásicos que son. Cualquier escrito o composición de Rico cumplía este precepto. Daba igual el tema. Fuese un ataque al Gobierno por recrudecer la prohibición del tabaco, siempre tenía un cigarrillo entre sus manos, o fuese sobre el desvarío de la independencia de Cataluña. Lean: «Entre la independencia formal que persiguen y la independencia efectiva que gozan, las distancias son minúsculas, simples flecos que a menudo se dejarían resolver con una humilde orden ministerial».

Brillaba también cuando se recreaba al hablar de las lágrimas de mio Cid. Era personaje y erudito. Era devoto de los que le guiaron, Martín de Riquer, por ejemplo, y fue pila bautismal de generaciones de filólogos. La displicencia de la que hacía gala era un parapeto. Nítido lo han dejado la cantidad de discípulos que han mojado su pluma en tinta para aupar su fatal marcha. Eduardo Mendoza ha contado que, cuando bajaba a Barcelona, dormía la siesta en su casa. Un tipo único este Francisco Rico. La cuenta de los siglos dictará que Sánchez será nota al pie de la página de España, al lado de un Rico que siempre enriquecerá nuestro Quijote. No es poca cosa. El adiós de Rico es un eclipse.